Se dice que hace casi 2,500 años el crecimiento demográfico en la India provocó la reducción de las tierras de pasto y fomentó el cultivo de hortalizas, por lo que las vacas, cada vez menos numerosas, fueron conservadas por su leche y abono, situación que coincidió con la llegada del budismo, religión que protege a las vacas y que seguramente contribuyó a convertirlas en animales sagrados.
Según el hinduismo, la vaca representa comida, vida, tiene derecho a una vida digna y libre de amenazas: es intocable.
En la India existe una leyenda que cuenta que, tras el surgimiento del hombre, sus tejidos corporales comenzaron a desgastarse. Destaca que el dios Brahmâ, para beneficio de la humanidad, se transformó en una vaca y dio a los hombres el néctar en forma de leche. Por ello se considera a la vaca como padre y madre, el ganado vacuno en general es respetado y el asesinato de una vaca se considera un gravísimo pecado. Es decir, proteger a las vacas implica un gran mérito religioso y social, porque en la India las vacas son sagradas.
En México, la misma expresión tiene un significado totalmente diferente. Generalmente se aplica a una persona, grupo o institución que ha logrado cierta jerarquía o prestigio en su campo y cuyas afirmaciones o conclusiones son irrebatibles, respetadas y veneradas porque forman parte de una comunidad, de una cultura o de una época. Por ejemplo, el recién fallecido José Luis Cuevas era una de las “vacas sagradas” de la plástica mexicana.