A la hora de enfrentarnos al ingente reto de reinventar la alimentación, tanto para nuestra generación como para las venideras, siempre nos damos de bruces con dos grandes problemas: evitar el daño medioambiental al que obliga la ampliación de las explotaciones agrícolas y, por otro, acercar los propios alimentos al consumidor, reduciendo la siempre cara cadena de agentes e intermediarios al mismo tiempo que se maximiza la calidad con comida más fresca y saludable.
Ambos retos son, por ende, objeto de estudio y propuestas más o menos disruptivas que van desde la plantación de verduras y hortalizas en el espacio hasta tipos de semillas más eficientes y productivas. Y justo en la intersección entre ficción y realidad, plausible técnicamente aunque complicado económicamente, nos encontramos con la propuesta de la española Smart Floating Farms. Se trata de un proyecto ambicioso, reconocido como finalista en los últimos Premios PascualStartup, con el que se busca impulsar la producción local de comida, tanto de agricultura (hidroponía) como peces (acuicultura) en una suerte de plataformas flotantes que rondarían las cercanías de las grandes ciudades.
Una suerte de huertos flotantes sobre ríos, embalses y lagos que se aprovecha de los recursos naturales (energía solar y la propia agua y humedad de la zona en que se asiente) para lograr una producción agroalimentaria sin polución, totalmente sostenible y sin necesidad de talar árbol alguno. «Esta solución utiliza menos área para crecer debido al mayor rendimiento por metro cuadrado de los sistemas hidropónicos y debido a la estrategia multinivel», explican sus ideólogos, entre los que se encuentran arquitectos que han pasado por Guatemala o Barcelona hasta dar con esta clave. «Las granjas flotantes también tienen una menor tasa de consumo de agua en comparación con la agricultura tradicional y no hay necesidad de construir nuevas infraestructuras (tuberías, etc) ya que el agua está justo debajo del sistema».
Asimismo, este tipo de plataformas son ideales para garantizar la productividad de las cosechas, ya que no se producen en su interior ni sequías, inundaciones, plagas u otros fenómenos naturales nada deseables. En la misma línea, aseguran sus creadores, tampoco es necesario el uso de productos químicos de represión/fumigación ya que todo el entorno estará perfectamente controlado.
Todo ello tiene, además, repercusiones sociales de enorme calado. Por un lado, se da un paso de gigante hacia la autosuficiencia alimentaria de pequeñas comunidades, mientras se reducen los gastos de transporte y logística en un factor exponencial. También se fomenta el empleo en el sector primario dentro de las zonas urbanas, reduciendo el desempleo y generando una nueva conciencia en los jóvenes respecto a la agricultura.
Por el momento tan solo se trata de una idea que pretende replicar los jardines flotantes de Bangladesh -e, incluso, los huertos flotantes que ya utilizaban los aztecas- con una aplicación comercial concreta. Pero la firma española ya cuenta con un prototipo (1.000 metros cuadrados, una base de 15×70 metros, capaz de producir 20 toneladas de peces o 35.000 lechugas al año) con un coste de 850.000 euros y un retorno de la inversión previsto de 4 o 5 años.